Un punto crucial en la vida, origen de muchos, de la mayoría de los síntomas, es el Niño Congelado.
Llamé a esta particularidad así porque es la imagen que viene a mi cuando los consultantes, uno tras otro, encuentran que el primer punto de esta ilusión contemporánea que desató su síntoma en la adultez o antes, es ese ser que fueron hasta ese momento, hasta una edad que puede oscilar entre los 4 y los 9 años generalmente, pero que puede extenderse un poco más en algunos casos y al que debieron congelar para poder seguir viviendo.
Un niño o una niña que a los 5 años, por ejemplo, comprueba a través de un abuso que la persona a la que amaba, en quien confiaba, muchas veces de su propia familia o alguien cercano, lo sorprende con un hecho tan traumático decide, automáticamente y para seguir viviendo, dejar congelado al ser inocente que fue hasta ese momento y comenzar, en una fracción de segundo, a ser otra persona.
El ser inocente, puro, confiado que él era ha quedado allí, el que sigue es otro ser totalmente distinto, capaz de desvalorizarse y sentirse hasta cómplice de una situación que es 100% imposible que lo tenga en ese rol (el de cómplice) pero ese niño, con tal de no enfrentar el peor de los conflictos, el del abandono, prefiere acomodar la situación para convertirla en otra. El más profundo de los conflictos y que está detrás de casi todos los demás, es el del abandono. El ser humano es un mamífero y siente en su biología más arcaica que hay una relación directa en los cachorros mamíferos entre ser abandonados y morir. Sentirse abandonado es morir y, por lo tanto, ese ser resuelve ante esa situación límite, abandonarse a sí mismo, soltarse la mano y dejarse allí, clavado, congelado en el tiempo, con tal de no soltar la mano de, principalmente, mamá o papá. «No importa como sean, si no los acepto como son, corro peligro de muerte. Por lo tanto me abandonaré a mi mismo». Allí queda, clavado en el no tiempo, el Niño Congelado, esperado desde ese instante a ser rescatado.
Esta particularidad la podemos trasladar a cosas y casos mucho más simples pero que también son generadores de síntomas: «Era un acto del colegio y mi mamá se había olvidado de mi disfraz», «Levanté la mirada y ví que estaban todos los papás menos los míos», «Me encerraba en el baño». Y en esa necesidad de acomodar la situación para no vivir el abandono pretendemos creer que a los 5 años pensábamos como adultos y decimos frases como «no iba a mis actos porque trabajaba mucho», «me pegaba porque yo era terrible», etc, etc. No permitiéndose a sí mismos pensar y sentir como niños. Un niño no entiende de excusas. Un niño siente.
Así, por el camino de la distorsión emocional, ese ser se fue alejando de sí mismo y, como sobrevivió a través de ese mecanismo, no puede ver que hace muchos, muchos años, dejó de ser quien realmente es.
Esa es una de las misiones, una de las más importantes, profundas y bellas que tenemos en Bioexistencia Consciente. Ir en busca de aquel niño, el Niño Congelado y revivirlo, rescatarlo, traerlo nuevamente al eje de la vida actual del consultante. Abrazarlo, agradecerle que estuvo allí tantos años esperándonos para reconectarnos, para devolvernos el verdadero camino que vinimos a interpretar en esta Maya (ilusión) que llamamos vida. Agradezco cada día al Universo la posibilidad de rescatar a esos niños y al mío propio día tras día. Así como el acompañar a futuros Consultores rescatadores. Todos llevamos uno o varios niños congelados dentro. Animándonos a buscarlo veremos que aún está allí, en el inconsciente, sin tiempo, esperándonos para abrazarnos y volver a vivir.
Pablo Almazán